Ojo de Gato: La Sopa

Guillermo Manzano


Cerró La Sopa. 26 años de actividades concluyeron este fin de semana. No hay razones públicas pero sí privadas. Como tal se respetan. Cero especulación. Solidaridad plena con Pepe y Miguel.
    Cada comensal tiene su recuerdo, su historia. El mío se remonta a la fila del mediodía para entrar a comer. Era un local pequeño. Ocho ó 10 mesas eran insuficientes para los clientes. Pero esa espera siempre se acompañaba de plática interesante, de ligues, de encuentros y desencuentros. Era ‘el 88’. Año de Heberto. De Cuauhtémoc. De utopías e ilusiones.
    Después hubo que ampliar el espacio. Se cambiaron, unos metros nada más pero en el mismo callejón: el del Diamante. Ahí empezó Son de Madera. Las exposiciones. El son huasteco encontró un espacio. Las veladas entre chelas y comida.
    Ahí llegó en el dos mil Vicente Fox a comer. Era el candidato panista que a la postre resultó ser un mal Presidente de la República. Ahí llegaron los actores y trabajadores de la película ‘El Crimen del Padre Amaro’. Ahí llegaron todos y todas. Ahí estuvimos. Ahí estábamos.
    Se acabaron los totopos con salsa de chile seco. Las tortas de pierna y las enfrijoladas. Las empanadas de huitlacoche. Del agua de horchata y de guayaba. Se acabó una época y empieza una leyenda.


    A La Sopa llegué solo y acompañado. En los últimos años era punto de reunión con ‘los chelas extra’. La primera del año ahí estuvimos. Con foto y toda la cosa. Ahí estuvimos el mes pasado. En la cena que ahora, extrañaremos.
    Algo pasa en la ciudad. Algo percibimos. No sabemos bien qué es, pero la ciudad no es la misma. De eso estamos seguros. La perdemos. La dejamos en manos de otros. Ya no es nuestra aunque nos aferremos a ella.
    El recuerdo es el principio del amor pero no de la nostalgia. Poner los ojos en la nuca no es lo más recomendable. Si los tenemos al frente es porque hay que mirar hacia adelante, al futuro, a lo que viene.
    Reconquistar la ciudad es tarea nuestra. De todas y todos. Nos intimidan. Nos acorralan. Nos quieren medrosos y apáticos. No hay que dejarlos. No hay que permitirlo. No hay que claudicar.
    El mejor recuerdo que podemos hacer de La Sopa es mantener los espacios de libertad. De convivencia y conversación inteligente. De promover, difundir y apoyar las manifestaciones del arte y la cultura. La que sea. Las que sean.
    Si ya no tenemos un espacio específico, entonces vayamos al espacio público. Tomemos las calles para cantar y bailar. Para decir y hacer. Para respetar y respetarnos en la diversidad.
    La tristeza es una y el encabronamiento es otro. Uno más uno no siempre son dos. Lo dijo el poeta. Por eso caminemos por las calles codo a codo y hagamos ese trato que Benedetti nos propuso hace tiempo.
    Un réquiem no. Mejor un sonecito. Ese, el de ‘Rogaciano el Huapanguero’. Que la Huasteca está de luto, pero Xalapa no.
   
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