Ojo de Gato: fundaciones y acoso sexual


Guillermo Manzano


Trabajar cotidianamente con jóvenes reduce la brecha de comunicación sin olvidar la edad. Por eso ‘veo’ lo que a veces no ven. Ya sabe: más sabe el diablo por viejo que por diablo. Aunque nuestra juventud crea que ‘le quema las patas a satán.
 Ellas y ellos egresan de la universidad y buscan trabajo. Normal, dirían muchos. Lo curioso es que en los últimos años, digamos que desde el sexenio pasado,  lo encuentran en asociaciones civiles. Sin ninguna prestación de ley. Sólo el sueldo. Suficiente cuando no hay opciones y en casa la ‘presión’ aumenta. Aceptan porque aún no se tienen hijos que mantener y se vive en la casa familiar.
    Sin embargo, muchas de estas asociaciones se han creado para actividades ilícitas con el beneplácito gubernamental. Porque sirven para canalizar recursos públicos que apuntalen candidaturas. Que trabajen en forma alterna a las instituciones establecidas. Que se comisionen a personal oficial –con una generosa compensación- a fortalecer el trabajo proselitista.
    De ahí que muchos jóvenes sea ‘jefes’ sin mayor experiencia que la lealtad perruna para el que les paga. Siente el poder que da el dinero fácil. Son más cabrones que sus progenitores. ¿Para qué los principios, la ética y la moral si lo que cuenta es el dinero? Claro, en el antro, en el motel y a la puta o al mayate no se les paga con moral, sino con dinero.

    Por eso es fácil hostigar sexualmente a las empleadas. Porque ellos son cabrones. Son jefes. La necesidad o la inexperiencia hace que las jóvenes se aguanten, cedan o renuncien. Para el caso es lo mismo: siempre hay desempleadas que requieren trabajo. Así lo marca ‘la norma’. Así los hacen los que pagan.
    En las campañas municipales pasadas en Veracruz, varias ex alumnas trabajaron en estas asociaciones, pomposamente denominadas ‘fundaciones’. Su objeto social dice que son sin fines de lucro. Algunas concluyeron las campañas. Otras renunciaron amenazadas de que si hablaban les iría peor: ‘ya saben quién es el jefe, el que paga’. Las menos, renunciaron por dignidad ante el acoso de quienes encuentran en la necesidad laboral el pretexto ideal para sus aventuras sexuales.
     
    Se ha dado cuenta en diversos medios –porque cada medio tiene su patrocinador- de lo dicho. Pero nadie hace nada. Sólo se ‘quema’. Se manda el mensaje: ya sé que tú sabes. No más. Pasar del límite puede causar un cambio emocional en ‘el patrón’.
    Recientemente supe de nuevos acosos. Uno es sutil. Tierno. Casual. Ella lo sabe. Ella se aguanta. Ella tiene que trabajar.
Pero también está el otro, en el que la dignidad de la persona respondió ante las mismas tácticas. Ella, quién defendió su dignidad, fue corrida, echada, sin el respectivo pago. Con amenazas.
    Anoche me lo dijo. Escuché. Le dije que escribiría. Me pidió no dar nombres: ‘profe, son capaces de todo. Tengo miedo. Hay gente rara que es la que paga’.
 ¿Cuántas asociaciones civiles tenemos en el estado? ¿Cuántas de estas trabajan para funcionarios de primer y segundo nivel que aspiran a ser candidatos? ¿A cuantas el Sistema de Administración Tributaria (SAT) supervisa?
   
    Entonces que nadie se diga sorprendido cuando la mierda aflore en tribunales gringos, porque sabemos que las cloacas están abiertas y nos hacemos pendejos. 

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