La izquierda mundial después de 2011
(Tomado de La Jornada)
Immanuel Wallerstein
Bajo
cualquier parámetro con que se mida, 2011 fue un buen año para la izquierda en
el mundo –no importa lo amplio o estricto que se defina la izquierda mundial.
La razón básica fueron las condiciones económicas negativas que sufrió casi
todo el mundo. El desempleo era alto y creció aún más. Casi todos los gobiernos
tuvieron que enfrentarse a elevados niveles de deuda con ingresos reducidos. Su
respuesta fue tratar de imponer medidas de austeridad a sus poblaciones
mientras que intentaban proteger a sus bancos al mismo tiempo.
El
resultado fue un revuelta por todo el mundo que los movimientos que conformaron
Ocupa Wall Street (OWS) llamaron el 99 por ciento. La revuelta ocurrió en
contra de la excesiva polarización de la riqueza, contra los gobiernos
corruptos, y contra la naturaleza esencialmente antidemocrática de estos
gobiernos –sea que contaran o no con un sistema multipartidista.
No es que
los OWS, la Primavera Árabe o los indignados consiguieran todo lo que
esperaban. El hecho es que lograron cambiar el discurso mundial, y lo alejaron
de los mantras ideológicos del neoliberalismo acercándolo a temas como la
inequidad, la injusticia y la descolonización. Por primera vez en un largo
tiempo, la gente común discutía la naturaleza misma del sistema en que vivían;
ya no se les podía dar por hecho.
Para la
izquierda mundial la cuestión ahora es si puede avanzar y traducir este éxito
discursivo inicial en una transformación política. El problema puede plantearse
de un modo muy simple. Aun si en términos económicos existe una brecha clara y
creciente entre un muy pequeño grupo (uno por ciento) y un grupo muy grande (99
por ciento), esto no significa que así ocurra la división política. A escala
mundial, las fuerzas de centroderecha siguen representando a algo así como la
mitad de las poblaciones del mundo, o por lo menos a aquéllos que son activos
en lo político de alguna manera.
Por lo
tanto, para transformar el mundo, la izquierda mundial necesitará un grado de
unidad política que todavía no tiene. De hecho, existen profundos desacuerdos
en torno a los objetivos de largo plazo y las tácticas de corto plazo. No es
que estos puntos no se debatan, por el contrario, están en debate candente, y
hay pocos progresos en cuanto a remontar las divisiones.
Estas
divisiones no son nuevas. Eso no las hace más fáciles de resolver. Hay dos que
son importantes. La primera tiene que ver con las elecciones. No hay dos, sino
tres posiciones con respecto a las elecciones. Hay un grupo que sospecha
profundamente de las elecciones, y argumenta que participar en ellas no es sólo
ineficaz en lo político sino que refuerza la legitimidad del sistema-mundo
existente.
Los otros
piensan que es crucial tomar parte en el proceso electoral. Pero este grupo se
divide en dos. Por un lado, quienes argumentan que son pragmáticos. Quieren
trabajar desde dentro –desde el partido principal de centroizquierda cuando
funcione un sistema multipartidista, o dentro del partido único de facto,
cuando la alternancia parlamentaria no esté permitida.
Y por
supuesto hay quienes denuncian esta política de escoger el mal menor. Insisten
que no hay una diferencia significativa entre los principales partidos
alternativos y respaldan la idea de algún partido que genuinamente sea de
izquierda.
Todos
estamos familiarizados con este debate y hemos escuchado los argumentos una y
otra vez. Sin embargo, es claro, por lo menos para mí, que si no hay cierto
acercamiento entre los tres grupos en lo que respecta a las tácticas
electorales, la izquierda mundial no tiene mucha oportunidad de prevalecer ni
en el corto ni en el largo plazo.
Creo que
hay un modo de reconciliación. Implica distinguir entre las tácticas de corto
plazo y la estrategia de más largo plazo. Concuerdo mucho con quienes
argumentan que obtener el poder del Estado es irrelevante para (y posiblemente
hace peligrar la posibilidad de) una transformación de más largo plazo del
sistema-mundo. Como estrategia de transformación, se ha probado muchas veces y
ha fallado.
Esto no
significa que esa participación electoral en el corto plazo sea una pérdida de
tiempo. El hecho es que una gran parte del 99 por ciento está sufriendo
agudamente en el corto plazo. Y es este sufrimiento de corto plazo su principal
preocupación. Están intentando sobrevivir, y ayudar a sus familias y amigos a
sobrevivir. Si pensamos en los gobiernos no como agentes potenciales de transformación
social sino como estructuras que pueden afectar el sufrimiento de corto plazo
mediante sus decisiones en torno a políticas públicas, entonces la izquierda
mundial está obligada a hacer lo posible por conseguir decisiones de los
gobiernos que minimicen las penurias.
Trabajar
por minimizar las penurias requiere de la participación electoral. ¿Y qué pasa
con el debate entre quienes proponen el mal menor y quienes proponen respaldar
a genuinos partidos de izquierda? Ésta se vuelve una decisión de táctica local,
que varía enormemente de acuerdo a varios factores: el tamaño del país, la
estructura política formal, la demografía, la localización geopolítica, la
historia política. No hay una respuesta estándar, ni pueda haberla. Ni tampoco
la respuesta de 2012 va a ser válida para 2014 o 2016. Para mí, por lo menos,
no es un debate de principios sino una situación táctica que evoluciona en cada
país.
El
segundo debate básico que consume a la izquierda mundial es la que existe entre
lo que yo le llamo desarrollismo y lo que podría llamarse la prioridad de un
cambio civilizatorio. Podemos observar este debate en muchas partes del mundo.
Uno lo ve en América Latina en los debates en curso, impulsados con bastante
enojo entre los gobiernos de izquierda y los movimientos de pueblos indígenas
–por ejemplo en Bolivia, Ecuador o Venezuela. Uno lo ve en América del Norte y
en Europa en los debates entre los ambientalistas/verdes y los sindicatos que
le dan prioridad a retener y expandir el empleo disponible.
Por un
lado, la opción desarrollista, sea que la pongan en marcha los gobiernos de
izquierda o los sindicatos, es aquélla de que sin crecimiento económico no hay
modo de rectificar los desequilibrios económicos del mundo actual, sea que
hablemos de la polarización al interior de los países o de la polarización
entre naciones. Este grupo acusa a sus oponentes de respaldar, al menos
objetiva y posiblemente subjetivamente, los intereses de las fuerzas del ala
derecha.
Los
proponentes de la opción antidesarrollista dicen que concentrarnos en la
prioridad del crecimiento económico está mal por dos razones. Es una política
que simplemente continúa los peores rasgos del sistema capitalista. Y es una
política que ocasiona un daño irreparable –ecológico y social.
Esta división
es todavía más apasionada, si eso es posible, que la participación electoral.
La única manera de resolverla es proponiendo arreglos, sobre la base de caso
por caso. Para hacer esto posible, ambos grupos deben aceptar de buena fe las
credenciales de izquierda del otro. Y no será fácil.
¿Pueden
remontarse estas divisiones de la izquierda en los próximos cinco a 10 años? No
estoy seguro. Pero si no se remontan, no creo que la izquierda mundial pueda
ganar la batalla en los próximos 20 a 40 años en torno a qué clase de sistema
sucesor tendremos conforme el sistema capitalista se colapsa definitivamente.
Traducción:
Ramón Vera Herrera
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