A Pie de Calle: horas extra
Guillermo Manzano
Hace seis años, el 30 de noviembre, salió el primer número de horas extra, el periódico que no se vende. Fue el primer periódico gratuito de Xalapa y quizá del estado. Cada 15 días salía una extraña fauna de locos y locas que, soñábamos con hacer periodismo, al centro de la ciudad. Ese crucero de las calles Primo Verdad-Enríquez-Xalapeños Ilustres-Zamora a entregar a peatones y automovilistas un ejemplar de la edición. Fue un ejercicio intenso, rico en experiencias, lúdico y con una pasión que se reflejaba en cada número que sacamos durante las siguientes 25 quincenas.
¿Cómo surgió horas extra?
En aquel tiempo (dijo Jesús a sus discípulos) daba clases (y risa) en una universidad privada. Unos de mis grupos era el de tercer semestre de ciencias de la comunicación con el que trabajaba desde el inicio de sus estudios profesionales. Les impartía la asignatura de géneros periodísticos. Obvio que abordamos el reportaje, género supremo del periodismo y que, inexplicablemente ha sido abandonado por las nuevas generaciones de reporteros.
El producto final que entregaron las y los jóvenes fue de una manufactura impresionante, considerando edad y nula experiencia en el campo. Escéptico –por el afecto que les tenía y tengo- escogí al azar unos trabajos y se los di a leer a unos amigos y colegas. Los comentarios fueron unánimes: están chingones. Son publicables. Están bien hechos.
Esto me motivó a plantearles una propuesta al grupo: imprimamos un ejemplar con sus trabajos. Con cierta ingenuidad traté de justificar la petición: si en los talleres de radio y televisión graban sus productos, entonces hagamos lo mismo con el trabajo escrito.
Algunos se entusiasmaron. Otros no. Les pedí unos días para cotizar la maquila del periódico, ver como y dónde lo formábamos.
Pero también aproveché esos días para hablar con Esther, Vivian y Estela amigas entrañables y profesionales de la comunicación. El planteamiento era simple: hagamos un periódico. Hay talento en los chavos. Pongamos una lana y veamos que pasa. También hablé con Alberto (mi compadre), Aurelio y Darío. Todos metidos en el periodismo.
Debo decir que, paralelo al trabajo docente, mi vida profesional y mis ingresos se complementan con el trabajo periodístico. En el tiempo que narro publicaba una columna diaria (Factotum) en Milenio-El Portal, de Xalapa. Su director era Alberto Loret de Mola, amigo y compañero. Le plantee la idea de maquilar un periódico en la rotativa de Milenio. Dijo que sí. El precio que me dio, eran sólo los costos de producción. Una ganga. Además, y eso lo reconocemos los que hicimos horas extra, jamás nos censuró o se negó a imprimirlo. Siempre fue respetuoso de nuestro trabajo aun a costa de sus compromisos con el gobierno del estado.
Se convocó a una primera reunión en casa. Estudiantes y profesionales del periodismo convivimos por primera vez para planear el aterrizaje del proyecto. La sala-estudio de la casa se llenó de gente. Mi entonces pareja estaba a dos meses de parir a Gabriel, mi hijo. Sin embargo, le entró al proyecto con singular alegría.
Alberto y Darío se iban a ocupar de capacitar a los alumnos que iban a formar el periódico. Unos programas piratas instalados en una PC ensamblada fue nuestro matraz para elaborar nuestra locura. Se discutieron nombres, elementos formales, secciones, géneros a trabajar, diseño y demás lindezas que se dicen en ese tipo de reuniones. No llegamos a un acuerdo, pero se concluyó con entusiasmo para seguir con el proyecto.
Los días siguientes fueron de locura total: dar clases por la mañana, hacer la columna, dar clases por la tarde, reuniones y demás. Una cámara digital Sony, de 3.2 megapixeles era nuestro ‘gran equipo’ para las gráficas. Salíamos a tomar fotos y a empezar a trabajar los materiales para publicar.
Se conformó el directorio. Tuve el privilegio y honor de ser el director. Empero el trabajo en formación no avanzaba. Las dos alumnas que iban a realizarlos claudicaron. Alberto y Darío se ‘echaron el trompo a la uña’. Se acordó el nombre: horas extra el periódico que no se vende. Todo en ‘bajas’, directorio y créditos. Lo importante no éramos nosotros sino lo que las historias que contáramos.
La primera plana se formó: un reportaje gráfico sobre la violación a los derechos de los peatones, una entrevista a Juanito, quién vende tamales en la misma esquina desde hace varias décadas, una crónica de un domingo en el parque Juárez (el principal de la ciudad) y un reportaje-entrevista sobre una prostituta.
A las 5 de la mañana del 30 de noviembre de 2005 Darío llegó a la casa. Lo esperaba. Juntos fuimos a la calle de Úrsulo Galván a recoger nuestro primer número. Levantamos las pacas de periódico y prácticamente corrimos para regresar a la casa. ¡Ahí estaba horas extra! No miento cuando digo que nos embelesamos unos minutos. Tania –la madre de Gabriel- también estaba despierta y compartió ese momento de felicidad.
Me fui con unos ejemplares a dar clases. Siempre a las 7 en punto. Cuando llegué ya estaban algunos alumnos, somnolientos y con frío (siempre se quejaron del pinche Manzano porque nos les daba ni un minuto de tolerancia). Con la solemnidad del caso, di lectura a mi columna de Milenio, Factotum, que intitulé: horas extra. Todos preguntaron, ¿por qué si todavía no sale? Entonces saqué los ejemplares y los repartí. Quienes publicaron en ese primer número leía y releían sus trabajos. Fue una mañana especial.
Al mediodía nos vimos en casa y salimos con mochilas al hombro a entregar nuestro primer número a la gente: buenas tardes, me permite regalarle un ejemplar de nuestro periódico. Era la forma en que lo entregábamos. No eran ‘volantes’, era un trabajo basado en el amor a la letra escrita, a la tinta y papel, pero sobre todo, al periodismo.
El periódico tuvo aceptación. Por supuesto que muchos jóvenes quedaron en el camino de las ediciones. Sabemos que la televisión es el principal atractivo para un estudiante de ciencias de la comunicación. Pero tuvimos la oportunidad de conocer el talento de Mirelda y la amistad y trabajo de Esmeralda, la Bu.
Fuimos el único periódico de México que publicó, con su autorización expresa, las columnas de Alexis Márquez Rodríguez, miembro de la Real Academia de Venezuela. Tuvimos el apoyo solidario de Raquel Torres, de Rubén (cuyo café siempre nos acompañó en las jornadas previas al cierre de edición), de platicar con Levi (quién nos puso el mote de chelas extra), de Raúl de la Rosa, de cuyo bolsillo salieron por lo menos el pago para un par de ediciones. Las fotos de Ernesto Viveros (mi hermano el Bam-Bam), los trabajos del maestro Miguel Ángel Quijada Soto, la siempre y eterna compañía de Chucho. Pero sobre contamos con el apoyo solidario de muchos lectores que nos buscaban y siempre nos encontraron.
Contamos las historias de la ciudad, de sus personajes, de sus hombres y mujeres, de sus oficios, de las calles, de sus monumentos, de sus plazas, de sus callejones, de todo lo que los medios convencionales no ven. Hicimos un periodismo comunitario, pero también político. En sus páginas denunciamos los excesos del poder, hablamos de la violencia (cuando ningún periódico en el estado lo hacía), de los feminicidios (igual que lo anterior, nadie lo consideraba en sus páginas), hicimos lo que quisimos y pudimos. Doy fe de ello.
Pero horas extra era eso. Un trabajo extra a nuestras labores que nos redituaban ingresos. Así que un buen día, simplemente desapareció. Nos quedamos con el último número formado en la computadora. Las ocupaciones y la presión de obtener dinero, nos aniquiló. Todo nuestro trabajo en horas extra fue gratuito. Todo fue por amor, amistad y solidaridad.
Hoy la amistad sigue. Nos reunimos –los que estamos en Xalapa- una vez a la semana a comer. Cuando mi compadre viene de Poza Rica, nos reunimos todos. En esta extraña cofradía se adoptó a Cecilia. A veces hablamos de volver a hacer algo similar. Pero sé que la nostalgia nos gana. Hicimos camino, cierto. Pero ahora tenemos que caminar y mirar al futuro. Tengo pendiente entregar un par de juegos encuadernados de los ejemplares al Archivo General del Estado, para que quede constancia de nuestra presencia en la historia del periodismo de Veracruz. A veces, sólo a veces, vuelvo a mirar las portadas enmarcadas que cuelgan en una de las paredes de mi hogar.
A veces, sólo a veces me parece que vuelvo a escuchar las risas, los gritos y los brindis que siempre estaban en cada cierre de edición. Pero sólo me parece, sólo eso…
Es posible sentir la nostalgia de algo que no has vivido? por que eso es lo que su publicación me ha hecho sentir.
ResponderEliminarSuena como que realmente fue un buen ejercicio periodístico el que lograron. ¿Y hacerlo digital es muy complicado? Finalmente es a lo que están de por sí migrando los periódicos impresos hoy en día ante tantas presiones y pérdidas monetarias. Sería una forma de tener una ventanita más a Veracruz y específicamente a esa zona, cuando sabemos que hay cosas que no se dicen, que los medios predominantes parecen tomar la visión gubernamental tal cual sin cuestionarla. Ojalá pudieran un día (por cierto, llegué acá por una liga que compartió en FB Darío, que imagino que es el que menciona en su post). Saludos.
ResponderEliminarGracias MicrVick. Esa nostalgia existe pero nos anima.
ResponderEliminarKarina,quizá no sea difícil hacer una versión digital, pero horas extra fue eso, nuestro extra que dábamos fuera de nuestras actividades que nos generaban ingresos. Realmente habría que encontrar un mecenas para pedirle a la gente que dejen todo y hagamos un proyecto diferente. No sé. En el texto puse que varias veces hemos platicado hacer algo similar, pero quizá sólo sea nostalgia por aquél arrebato que nos generó un alivio en nuestras actividades profesionales. Pero -como dijeran los clásicos- esto no se acaba hasta que se acaba. Quizá un día quememos naves y nos lancemos al mar. Saludos a ambos. Guillermo