La rebeldía como sello: Leonora Carrington (1917-2011)





Angélica Abelleyra


(Tomado de Laberinto. Suplemento de Milenio)
2011-05-28

La noche del pasado miércoles murió la legendaria artista. Pintora, escultora, escritora que desde 1942 formó parte de la cultura mexicana, deja una obra impresionante y una invaluable lección de insurrección contra todo lo establecido. Criticó el machismo de los surrealistas y defendió con vehemencia los derechos de las mujeres.

Irremediablemente loca. Con esa etiqueta que escapaba a cualquier metáfora lúdica o creativa, Leonora Carrington transcurrió momentos de encierro. Pero, pese a ello, fue eternamente libre con su pintura, sus esculturas, sus escritos y su vida misma por concebir el mundo de una manera poco habitual, lejano a las simplificaciones, cargado de gnomos y astros; sacerdotisas, chamanes y duendes. Por otorgarle poderes cósmicos a los objetos más humildes. Por tratar de salvar el orbe o al menos descubrirlo de otra manera para ofrecer de él una estampa divergente.
Una de las imágenes que permanece entre nosotros es quizá su última presencia pública del 9 de abril pasado, junto con sus dos hijos, nietos, amigos y admiradores en el Centro Cultural Indianilla, donde una decena de sus esculturas en bronce colmaron el salón, al tiempo que Leonora lanzaba una ojeada entre sorprendida y suspicaz a ese pastel de cumpleaños 94, en medio de Las mañanitas y aplausos.
Cuestionadora de los sistemas racionales, mujer rebelde y creadora indescifrable, firme creyente en los poderes del más allá y, sobre todo, con la fe puesta en la inteligencia, Leonora fue una surrealista plena, aunque la etiqueta le molestara. Con el grupo de André Breton, Benjamin Péret y Max Ernst —decía ella— “no tratábamos de reinventar el mundo; era descubrir y dar una imagen diferente. Eso ya lo habían hecho los románticos y mucho antes en la Edad Media. Sólo queríamos descubrir un mundo. De reinventarlo no hubiéramos sido capaces”.
Inmersa en la forma del pensamiento surreal, prefería sin embargo situarse separadamente: “Lleva su tiempo individualizarse. Al calor del entusiasmo inicial de un movimiento se da cabida a todo tipo de cosas. Pero (el surrealismo) era un movimiento dominado por los hombres”. Y, por ello, Leonora cuestionaba algunos sesgos “machistas” del colectivo y la consideración romántica de que la mujer era “musa”, con un lugar asegurado en un nicho.
Decía Carrington: “Enfrentábamos nuestra situación de mujeres (junto a Remedios Varo y Alice Rahon) con mucho cabrón trabajo. ¿De qué otra manera lo puedo decir? Era sobre todo el trabajo de no mentirse a una misma para tener un poco de más paz. De no aceptar chistes desagradables sobre las mujeres, de no aceptar los paternalismos ni que te dijeran mejor ocúpate de tejer o de cuidar a tus hijitos. Tampoco que te dieran palmaditas en la cabeza como diciendo “¡Qué bien, mi chula!” Breton tenía una visión tradicionalista de la mujer. Establecía límites a la realidad de seres mucho más ricos, complejos y profundos: las mujeres de carne y hueso. Las veía como musas y yo no estaba de acuerdo”.
Así, como una insurrecta siempre, no tuvo acogida en un mundo supuestamente “racional”, atento a las guerras y a una concepción plana de la naturaleza de los hombres y de los animales.
Su pintura fue su mejor y más complicado lenguaje con el que entabló contacto con su entorno. Pleno de múltiples significados, su trabajo con el pincel, el bronce y la letra estableció sin embargo un orden laberíntico que encerró siempre el enigma. “Raras veces pongo en mi pintura cosas que son literalmente de cuerdos… Nunca he creído en las simplificaciones”, le dijo a la crítica de arte Teresa del Conde con motivo de la retrospectiva que ocupó el Museo de Arte Moderno en febrero de 1995 y antes, con algunos cambios, colgó en los muros del Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey.
MOVIDA POR UNA PASIÓN: LA PINTURA
Reacia a las entrevistas, se mostraba sin embargo parlanchina cuando se trataba de hablar abiertamente sobre las mujeres, fueran artesanas, prostitutas, antropólogas o personajas mitológicas como Lilith. Conversar en torno de “la cultura de las mujeres”, como ella le llamaba, era el motor que la animaba.
“No me gustan las entrevistas. Para mí lo importante es que se vea la obra. Y cuando platico con alguien prefiero conocer su parte interna. Siempre me interesa más la persona que tengo enfrente. Yo ya me conozco… Me gusta hablar sólo si veo alguna utilidad. ¡Hablemos de las mujeres! ¿Por qué no han dejado que nos manifestemos? Eso ha sido a lo largo de la historia y en todos los niveles en que una cultura paternalista tiene miedo a que digamos realmente lo que pensamos.
“El poder es muy peligroso, sin embargo hay un poder muy importante que es el poder sobre una misma, nada más. Para la mujer consiste en no dejarse explotar y mantenerse rebelde, sin violencia; tener el control sobre su propio cuerpo y sobre la decisión de tener o no tener hijos porque la maternidad no es un fin… Finalmente, pedir que una mujer sea dueña de su cuerpo no es pedir mucho.
“Desde joven yo tomé las decisiones sobre mi propia vida, sobre todo cuando se trató de mi decisión de ser pintora. Mis padres me tenían preparado un destino cómodo, quedarme en Inglaterra y tener una vida que fuera aceptada por la sociedad. Pero si una está movida por una pasión, como yo por la pintura, tenía qué hacerlo. Mi padre nunca me perdonó esta pasión mientras que con mi madre fue más fácil.
“Yo he hecho mucho trabajo en mi ser interno. Ha sido como decirme, bien o mal, yo hice este cuadro y no lo cambiaría nunca por un Rembrandt o por alguien mejor que yo. Diría que no porque a mi cuadro le puse mi ser allí dentro. Para mí el valor de una obra es el trabajo de llegar a ser una misma. De hacer algo que no es una trampa”.
NO DESPRECIAR EL LADO OSCURO DE LA GENTE
“Desde pequeña, y esto creo que les ocurre a muchísimas más personas de las que se cree, tuve experiencias extrañas con todo tipo de fantasmas. Visiones y otras cosas condenadas por la ortodoxia cristiana. Esas experiencias comenzaron cuando tenía uno o dos años. Las he tenido toda mi vida. Quizás fue porque desde pequeños estuvimos en contacto con la mitología celta. Los celtas y los irlandeses son muy dados a tener en cuenta a esos seres a los que llamamos The Gentry, los geniecillos, los gigantes, los fantasmas, los elfos, los gnomos.
“Nunca me ha convencido ninguna secta ni religión. La vez que he estado más cerca de sentirme convencida de algo fue con el budismo tibetano. Me parecía que se seguían unas prácticas intelectualmente satisfactorias y, por otra parte, sus creencias son extraordinarias. Pero siempre he estado intentando descubrir algo que se correspondiese con mi propia experiencia.
“¿A quién admiro? A mucha gente. Claro está que admiraba enormemente a Max (Ernst), y admiro a muchas personas como pintores. (Pero) en mi opinión no es bueno admirar por completo a alguien, incluido el propio Dios, porque al hacerlo se excluye una de las facetas más importantes del ser humano: su lado oscuro que no debe despreciarse. Siempre hay que tener reservas y siempre hay que crear un espacio reservado para uno mismo; no es bueno en absoluto darse por completo, entregar toda su psique a otra persona… Ahora a duras penas trato de reconciliarme con que soy humana; que soy de la misma clase del que hizo la bomba atómica, del que mató a miles de judíos en Europa, del que estropea la tierra y mata estúpidamente la selva. Eso no es fácil asimilarlo”.
LA VIDA DE UNA NIÑA INEDUCABLE
Nace el 6 de abril de 1917 en Clayton Green, Lancashire, Inglaterra. Procedente de una familia en la que rigió la educación católica estricta, tuvo como progenitores a una irlandesa de extracción rural y a un rico industrial inglés al que le llegaban de manera constante los reclamos de profesores por considerar a esa pequeña un ser “ineducable”, interesado sólo en dibujar desde los tres años. En 1920 la familia se muda a Crookhey Hall, cerca de Lancaster y la niña y sus tres hermanos quedan al cuidado de una institutriz francesa, un tutor religioso y una nana irlandesa, personaje que sería fundamental pues llena la imaginación de Leonora con cuentos populares irlandeses y relatos de fantasmas.
En 1921 comienza a inventar historias y a ilustrarlas con dibujos pero mientras su rebeldía afloraba, sus padres la envían a Florencia y a París para formarla adecuadamente dentro de los cánones de la sociedad monárquica inglesa. En la ciudad italiana pasa nueve meses en un internado y ahí se empapa del arte del Renacimiento. En 1936 ingresa en Londres a la academia del pintor purista Amédée Ozenfant, y conoce a Max Ernst a través de su trazo para la portada del libro Dos niños amenazados por un ruiseñor. Un año después establece contacto personal con Ernst, decide vivir con él y ya como pareja se mudan al sur de Francia, donde ambos realizan los decorados para la obra de Alfred Jarry, Ubú rey.
1938 es el año clave para la pintora ya que inicia con amplitud su vida pública como artista al participar en las exposiciones Exposition Internationale du Surréalisme (en la Galería de Bellas Artes de París) y en laExposition du Surréalisme (en la Galería Robert, de Ámsterdam).
MEMORIAS DE ABAJO
Su vena literaria da como resultado La dama oval (1939) con ilustraciones de Ernst, su compañero que ese mismo año es recluido en un campo de concentración. Leonora logra liberarlo meses después pero al iniciarse la década de los 40, el pintor vuelve a ser encarcelado por los nazis y, al no lograr su rescate, Leonora escapa a España y sufre un colapso nervioso que motiva su internamiento en Santander en un hospital para enfermos mentales, durante seis meses. Por recomendación de André Breton y Pierre Mabille escribe Down Below como testimonio de esa experiencia.
En 1941 su padre solicita la transferencia de Leonora al sur de África pero ella va a Lisboa, logra escapar y se refugia en el consulado mexicano, donde establece contacto con el escritor Renato Leduc, quien pronto se convertiría en su esposo a fin de obtener el visado que haría posible la salida de la pareja hacia Nueva York. En Manhattan la pintora colabora en revistas y exhibiciones surrealistas y en 1942 viaja a México para mantener desde entonces una vida activa en el mundo intelectual mexicano y, sobre todo, con los surrealistas refugiados de guerra: Benjamin Péret, Remedios Varo, Kati y José Horna, así como con el fotógrafo húngaro EmericoChiqui Weisz, quien se convertiría en su esposo desde 1946, padre de sus hijos y compañero de vida.
Penélope, la pieza de teatro más conocida de la autora, se publica en 1946 y un par de años después tiene lugar en Nueva York su primera exposición individual en la Galería Pierre Matisse; luego vendrían otras en México (galerías Clardecor, de Arte Mexicano, Antonio Souza) y en París (Galerie Pierre) hasta suceder su individual en el Palacio de Bellas Artes cuando el calendario marcaba 1960. Su incursión en el diseño de vestuario se da doce meses más tarde, cuando realiza vestidos y máscaras para La tempestad y Mucho ruido y pocas nueces, de Shakespeare. Su obra teatral Penélope es producida en 1962 y puesta bajo la dirección de Alejandro Jodorowsky; un año posterior pinta el mural El mundo mágico de los mayas para el Museo Nacional de Antropología.
Las décadas de los 60 y 70 le significan una gran presencia en museos y galerías de México, Estados Unidos, Inglaterra, Tokio y Brasil. En 1971 estudia con un lama tibetano exiliado en Canadá y Escocia. En 1976 publica La porte de pierre (La puerta de piedra) y una década más tarde salen a la luz sus cuentos reunidos en el libro Pigeon vole, relatos que había escrito entre 1937 y 1940.
Además, su trabajo escritural encuentra salida en dos volúmenes: The seventh horse y The house of fear,selección de cuentos que se edita en 1988 en Nueva York, un año más tarde en Londres, y en 1991 se traduce en España. Para 1992 los libros se distribuyen en México bajo el sello editorial Siglo XXI como El séptimo sello y otros cuentos y La casa del miedo. Memorias de abajo.
Respecto a su narrativa traducida a nuestro idioma, La dama oval aparece bajo el sello Era en 1965; La trompetilla acústica sale al público por medio de Monte Ávila Editores en 1977. Además sobre ella han aparecido múltiples volúmenes como Leonora Carrington (1974), con textos de Juan García Ponce y de ella misma; y el célebre texto de Whitney Chadwick incluido en la serie de Colección Arte Mexicano que coeditan Era y el Conaculta, por citar sólo algunos ejemplos. Basta resaltar que el volumen más reciente y absolutamente recomendable es la novela biográfica Leonora (Ed. Planeta), de Elena Poniatowska y acreedor al Premio Biblioteca Breve 2011 de Seix Barral.
UNA PINTURA DEL ENCANTAMIENTO
Universos llenos de conceptos más que de sentimientos. Pintura compleja, irónica e indescifrable, con una iconografía que escapa a la anécdota, a lo “amable” y a “lo femenino”. Cuadros lejanos de “lo bello” y de “la bienhechura”. Todo ello ha recaído sobre el trabajo de la Carrington a lo largo de más de medio siglo, desde cuando en 1948 presentó su primera exposición individual en Nueva York. Pero es en México donde la pintora desarrolla el lenguaje que la haría singular en el panorama plástico contemporáneo. Marcada por temas diversos, transcurrió entre el mito céltico, la cábala, el budismo tibetano y el gnosticismo. Un mundo en constante metamorfosis, seres mitad hombres y mitad animales.
En los años 40 insiste en las mujeres de grandes dimensiones, con cierta influencia de las ilustraciones de laAlicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, que la marcó de manera sustantiva. Posteriormente, inspirada en pintores como el Bosco y elementos renacentistas, fragmenta composiciones y comienza a utilizar una técnica medieval: el temple al huevo que le otorga a sus telas un acabado intenso y brillante.
En la década de los 50 pierde el sentido espacial casi infinito de sus composiciones anteriores y establece espacios más acotados. Las figuras fantásticas pierden sus rasgos humanos y “lo híbrido” toma la delantera, al igual que los iconos relativos al esoterismo y el budismo. Luego los tonos apagados trastocan en colores brillantes que remiten a escenas cotidianas que conviven con los rituales de las leyendas célticas que le contaron de niña. Su mural en el Museo de Antropología revela las creencias de los indios chiapanecos y los mitos del Popol Vuh. Finalmente, su particular visión de las mujeres la impulsa a recuperar ese universo en una mezcla de ironía y misterio, pero nunca literalidad ni sentido de ilustración.
LOCURA Y LUCIDEZ
Muchas fueron las descripciones que de ella hicieron escritores y pintores, amigos y admiradores. Breton dijo que Leonora contempló el mundo real con los ojos de la locura y la locura del mundo con cerebro lúcido. Octavio Paz la llamó (junto con Remedios Varo), hechicera hechizada, insensible a la moral social, a la estética y al precio. Así mismo, al referirse al proyecto teatral Poesía en voz alta que, entre otros, realizaron él, Carrington y Juan Soriano, Paz señalaba que el grupo no estaba interesado en el llamado “teatro poético; queríamos devolverle a la escena su carácter de misterio: un juego ritual y un espectáculo que incluyese también al público”.
En 1975, la galerista Inés Amor dijo que la pintora era una “pescadora de sueños o de estrellas” que entretejió su realidad fuera de su verdad de mágica percepción. Lourdes Andrade, la historiadora del arte especializada en el surrealismo en México, escribió sobre la ausencia de toda “soberbia intelectualista” en la obra carringtoniana. Finalmente, uno de los comentarios más entrañables que pinta a Leonora de cuerpo entero es de Luis Carlos Emerich, crítico de arte que compartió más de un año en el trajín cotidiano entre la colonia Roma y el museo regiomontano Marco, con motivo de la exposición que se preparó allá en septiembre de 1994.
Dijo Emerich: Leonora es “una fantasía en pie, con la rebeldía como sello. Una mujer culta e inteligente que parece tenebrosa pero en el fondo es un chistorete cotidiano. Creadora de mundos donde confluyen el juego eterno del bien, el mal y el conocimiento. Pintora abigarrada, compleja, irónica, con una sintaxis que escapa a la anécdota. Surrealista que es pura intuición y sabiduría de los valores esenciales: vida, muerte, destino y trascendencia del ser”.
Estoy armada de locura para un largo viaje. Esa afirmación con la que abrimos el texto, fue hecha por Leonora en 1948 para incluirse en el catálogo de una de sus primeras exhibiciones en París. Y la sentencia fue cumplida con creces: en su trayecto la acompañaron siempre el frenesí frente al mundo y sus pobladores; un cerebro lúcido frente a la injusticia de los hombres. Y entre la locura y la clarividencia, transitó ese interminable viaje que hoy ha concluido en tierra, porque seguramente prosigue como yegua blanca o una sidhe con una sola fe: la creación.
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Con información de los libros de Whitney Chadwick, Leonora Carrington. La realidad de la imaginación,Conaculta/ Era, 1994; Octavio Paz, Los privilegios de la vista, FCE, 1987; cuadernillo informativo MAM, 1995, y de las entrevistas realizadas por Paul de Angelis en 1985, y de quien esto escribe en 1993, 1994, 1995 y 1996).

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