“Lo único que queremos es tener las mismas oportunidades que los hombres”

Esta publicación no es una celebración, sino un compendio de historias que intenta romper la tradicional invisibilidad de los pueblos indígenas, en especial de las mujeres, quienes desde la Conquista, Colonia, Independencia y Revolución han sido excluidas y discriminadas.

El Día Mundial de las Poblaciones Indígenas es una fecha propicia para reflexionar sobre la deuda histórica que el Estado mexicano y en general la sociedad tiene con las mujeres indígenas, quienes por razones históricas y estructurales ampliamente documentadas, han sido víctimas de abusos a sus derechos humanos.
Ésta es la tesis central del libro Palabra y pensamiento de mujeres indígenas en el bicentenario de la Independencia y centenario de la Revolución mexicana, editado por el Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM) y coordinado por Mariliana Montaner, con fotografía de Lourdes Grobet. Esta publicación no es una celebración, sino un compendio de historias que intenta romper la tradicional invisibilidad de los pueblos indígenas, en especial de las mujeres, quienes desde la Conquista, Colonia, Independencia y Revolución han sido excluidas y discriminadas.
El libro, de cerca de 150 páginas, contiene la foto y el nombre de cada una de las 17 mujeres nahuas, otomíes, mixes y zapotecas que contribuyeron en su elaboración como una forma de hacerlas presentes.
A continuación, extractos de algunos testimonios consignados en el libro:

NAHUAS DE CUETZALAN DEL PROGRESO PUEBLA

Cecilia Ávila Francisco

Trato de ser independiente, de no depender de nadie, lucho por mis hijos sin presiones.
Hoy la mayoría de las organizaciones trabajamos la medicina tradicional para la vida cotidiana.
Sentimos que estamos en una lucha muy difícil, pero si se tiene una base bien cimentada culturalmente, creo que se siembra algo y se produce un beneficio para todos. La fuerza está en la raíz cultural.
Estoy en la organización Maseualsiut Xochiltjkitni y tenemos el centro artesanal Chiuanime, en Yohualichan, y aquí está la tienda y el restaurante Ticoteno.
En esto de las costumbres, el telar de cintura, el bordado, lo traemos ya heredado de abuelas a abuelas, es ancestral.
Hace 20 años se vio algo que puede ser tal vez dramático o triste: se estaban perdiendo algunas costumbres como la técnica de hilar el algodón y de hacer los telares de cintura. Tres compañeras, que eran amigas, son las que de alguna manera quisieron que no se perdiera, que continuara la tradición en Yohualichan, que significa “casa de noche”. Hay mucha historia en esta comunidad, en ella tenemos una zona arqueológica que es de la gente totonaca que radicó un tiempo en esta comunidad y después se trasladó a una comunidad vecina que es Papantla, estado de Veracruz.
Nos dejaron la zona arqueológica, que es muy visitada. Hemos tenido la suerte que venga mucha gente a conocer y la lleguen a valorar, porque ésa es una idea: que se valore nuestra identidad cultural.
Como organización Maseualsiuat Xochiltajkitni, en Chiuanime seguimos trabajando el telar de cintura, el bordado, la madidina tradicional y un restaurante.

NUESTRA FORMA DE VIVIR

Esta identidad cultural se vive muy fuerte con la presencia de este sitio arqueológico que no debemos perder, aunque sea con ayuda de alguna institución como el Instituto Nacional de Antropología a Historia (INAH).
Nuestra tradición está presente y va a permanecer porque toda la gente indígena está tomando muy en serio nuestra raíz, nuestra forma de vida, de pensar, de vivir, de producir en la agricultura, y sentimos de alguna manera que de ahí podemos sobrevivir. Se tiene la cultura de intercambiar cosas para solventar nuestra economía, de una manera sin llegar al signo de peso, es el trueque por producto.
Como comunidad indígena estamos conscientes de que tenemos que aprender a leer y escribir y otras cosas nuevas que surgen de la tecnología, que es importante y dificilísimo para nosotras que no hemos tenido estudios suficientes.
La educación que nos dieron nuestros padres nos hizo entender cuál es nuestra raíz. En la casa nos daban una cultura, pero en la escuela nos decían la cultura es ésta. Las bases de la educación son la casa y la escuela. Lo triste es que todavía no hemos logrado que las escuelas respeten las tradiciones de las comunidades indígenas, aunque ya hay una ley que lo garantiza y respeta.
En las escuelas de aquí de Yohualichan, a todos nos obligan a comprar uniformes. Solamente para recibir algún personaje, visita importante, personas de la realeza, ahí sí, todos a vestir traje indígena, para apantallar a la gente y para la foto.
Las mujeres hemos avanzado, pero en la escuela, a las reuniones todavía nos citan como padres de familia.
Vamos las mujeres y decidimos que no tienen por qué poner el nombre del padre de familia, tienen que poner señora fulana de tal, porque ahí estamos las mujeres, porque nuestros hombres están trabajando en el campo o haciendo otra actividad para el complemento económico.

ENRAIZANDO LA CULTURA

En esta región de la Sierra Norte de Puebla las organizaciones son las que han enraizado la cultura y las que han luchado por sacar adelante las tradiciones y costumbres que la gente nacional e internacional ha venido a disfrutar.
En estas organizaciones hay gente de la tercera edad. Nos preocupa que con ellas de alguna manera se nos va apagando la lengua, la vestimenta.
Es mucha la cultura que se tiene.
Últimamente la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas ha bajado la capacitación de derechos humanos, equidad de género y con otras instancias se ha pedido capacitación para seguir luchando y mejorar nuestra economía familiar. En nuestra organización luchamos para eso, para tener mejor vida, para generar empleos y que todos seamos beneficiados.

Rufina Villa Hernández

Aquí la primera organización fue la de nosotras. Maseualsiuamej Mosenyolchicauani. El principio fue difícil, nos costó trabajo, sobre todo para vencer la forma de pensar de los hombres de la comunidad.
En la casa no nos daban permiso de salir. Se veía mal y se desconfiaba de nosotras; a qué íbamos a la calle, a qué íbamos a reunirnos. La misma comunidad nos trataba de viejas chismosas, que íbamos a la calle a buscar hombres, que estábamos abandonando a los hijos en vez de estar atendiendo al marido y esperándolo con la comida, con las tortillas calientitas.
Casi debíamos estar en la puerta esperándolo con todo servido para que él se sentara y comiera inmediatamente.
Fue un cambio que se tuvo que dar y no fue fácil convencer al marido de que era necesario que nosotras saliéramos, pero por otro lado también fue la propia necesidad la que nos obligó, porque lo que el marido gana en la comunidad no alcanza, porque aquí en Cuetzalan antes llovía casi todo el año, solamente en mayo había unos 15 días que no llovía, pero ahora se han espaciado las lluvias.

CAMBIO DE MENTALIDAD

Cuando ya teníamos hijos no alcanzaba para medicamentos, no había para la ropa, para los alimentos, y nosotras nos angustiamos porque no teníamos los centavitos que el marido nos daba.
Cuando vemos la posibilidad de poder comercializar a mejor precio los productos de artesanía, nos decidimos y dijimos: vamos a entrarle y probar a ver qué pasa. Y vimos que era mucho mejor vender nuestros productos de manera colectiva y de forma directa, no con los acaparadores, porque no se sacaba nada más que el dolor de espalda,
Por eso pudimos convencer a la familia, empezamos a dar una aportación para los gastos, y el marido se da cuenta de que nuestra vida empieza a cambiar cuando empezamos a tener beneficios de vivienda, a hacer proyectos, y adicionalmente vamos teniendo una compensación por trabajar como promotoras de estos proyectos.
Fui promotora de un proyecto de salud para dar talleres con las compañeras y posteriormente recibí un curso de un año en la Ciudad de México, de salud en general.
Cuando empezamos a hablar de nuestros derechos, los señores de la comunidad lo vieron mal porque decían que se iba a poner a los hombres contra las mujeres, que iba a ver una lucha, pero nosotras decíamos en los foros que no queríamos eso, que lo único que queríamos eran que tuviéramos las mismas oportunidades que tenían los hombres, que a nivel de la familia hubiera más equidad para decidir también nosotras lo que queríamos ser y hacer.
También nos apoyó mucho la radio indígena La Voz de la Sierra Norte, era del Instituto Nacional Indigenista (INI) actualmente es de la CDI, porque a través de la radio siempre se ha hablado de los derechos humanos, de la cultura, de muchas cosas, pero ahí está siempre dando duro y se va escuchando.
Nosotras ya estamos haciendo otras cosas, como aquí en el hotel Taselotzin, con restaurante, medicina tradicional, las artesanías, los animales de traspatio.
Seguimos trabajando, y con lo que ya aprendimos de los técnicos, continuamos trabajando. Somos 120 mujeres integradas.

María Luisa Ocotlán

Soy partera, curandera, traductora. Pertenezco a la organización Maseaualpajti y presido el centro Talkampa.
Trabajo de día y de noche, tengo que hacer mis preparados, también elaboro blusas y a veces las vendo.
Se puede vivir de la medicina tradicional sembrando las plantas. He participado en Congresos de Medicina Tradicional, como el que organizó la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
Hay que tenerle fe a nuestras plantas medicinales, solamente así se logra la recuperación.
Nosotras curamos el cuerpo y el alma. Somos confidenciales y, como los sacerdotes, guardamos los secretos.
Mi abuelita y mi mamá eran parteras, es una tradición heredada de generación engeneración.
En las comunidades no contamos con clínicas ni hospitales cercanos, es por eso que mucha gente de la comunidad acude a nosotras.

EL CONOCIMIENTO SE ENRIQUECE

Me he apoyado en diferentes cursos; tomé uno de primeros auxilios con el Seguro Social, donde también trabajé un tiempo como supervisora de parteras.
Estuve en el albergue de las compañeras de la Casa de la Mujer Indígena (CAMI), me capacite y aprendí cómo se debe ser tratada y también cómo tratar a las personas que nos rodean.
Algunas jóvenes de entre 15 o 16 años ya llegan embarazadas, y a veces no podemos hacer nada. También nos llega gente más grande, de 30 o 49 años y la hemos atendido.
Está aquí el Hospital Integral y están los centros de salud, pero el problema que hemos tenido es que los médicos entran a las nueve y salen a las dos, y a veces empieza el trabajo de parto, el parto no avisa.
La mortalidad materna ya va disminuyendo. Antes había mucha, ahora a las mujeres se les orienta sobre su estado de salud. Nosotras, como parteras, también nos capacitamos para orientarlas.

LA VIOLENCIA TODAVÍA EXISTE

Me tocó atender el parto de una chiquita de 13 años, porque aquí en el hospital los médicos nos referían a Zacapoaxtla. En el camión la atendí de parto, ella tenía su factor de riesgo. Hasta el mismo chofer de la ambulanciame auxilió.
Las muchachitas de 13 o 14 años se embarazan sin desearlo. Es falta de información y también a veces por los familiares que nos rodean. La violencia en las comunidades todavía existe.
A veces hemos escuchado que el papá, el suegro o algún familiar la forzó a tener relaciones y quedó embarazada.
En el albergue se atienden esos casos. Ha bajado el nivel de violencia, ya hay más conciencia en las mujeres.
Las menores de edad que están en la primaria y en la secundaria son las que más han sufrido.
Algunas si se atreven a denunciar otras no.

TLAXCALA SAN JUAN IXTENCO

María Guadalupe Gaspar Alonso

Trabajo en el telar de cintura y en el bordado de blusas, todavía hay interés. Aprendí este trabajo cuando tenía como 13 años, mi mamá me enseñó el telar de cintura, ella también lo aprendió de mis abuelitas, aquí en San Juan Ixtenco.
En unos años para adelante yo creo que ya se va a perder el pepenado, que es una herencia otomí. Es muy laborioso, se va plegando a la tela de algodón, así contando, contando los hilos, y se van haciendo estas grecas. Se necesita tener buena vista; es una técnica muy antigua.
El telar les llama más la atención a las jovencitas; esto viene de toda la gente antigua que lo hacían y lo usaban, como el enredo de lana, el ceñidor de cintura también. A las jóvenes se les enseña, hay cursos, y ellas van cuando les llama la atención.
En la comunidad se trabaja esto. Yo he dado cursos en el estado de Tlaxcala, y ya tengo tiempo de dar cursos en la Casa de las Artesanías. También doy cursos en mi pueblo San Juan Ixtenco.
He ganado premios de primer y segundo lugar aquí en el estado, y he participado en algunos concursos en la ciudad de México.

LO OTOMÍ SE ESTÁ PERDIENDO

Lo otomí se está perdiendo, los muchachos lo van perdiendo, no les llama la atención el idioma, y así ya se va perdiendo. Los jóvenes salen del pueblo porque con el pedacito de tierra no se mantiene uno y entonces ellos tienen que salir a México para buscar la vida.
No siempre tienen trabajo. Los casados batallan más, ya no mantiene el campo. Tengo un hijo en el campo y tres en México. En San Juan se mantienen las tradiciones, las mayordomías. Las fiestas se mantienen en los barrios.
Ya las jóvenes no usan la ropa tradicional, comprar en el mercado es más fácil, ya que los bordados son más caros. Ahora las mujeres no son dejadas, antes no sabían leer, hay un cambio, todo ha cambiado. El marido también reflexiona y va cambiando, la mujer ya tiene su opinión. Antes era puro campo. Ojalá que todo esto siga, el telar, los bordados.
Yo sé bastante y enseño cómo trabajar.


SAN MIGUEL ANALCO

Francisca VázquezHe hecho poquitas cosas que fueron interesantes para este pueblo, San Miguel Analco. Cuando me vine aquí me dediqué a darles de comer a mis hijos. Fueron 13, cinco murieron, me quedaron ocho y hace unos años murió otro muchacho en manos de unos malvados. Fue un momento triste y duro, pero siempre le pido a Dios que me dé fuerzas para reaccionar y trabajar.
Yo misma me pregunto ahora de dónde tanta energía, ahora ya no corro. Tenía que guisar a las tres de la mañana porque en la mañana pasaba aquí el tren de Oaxaca, iba para México y yo salía con mi canasta, llevaba yo tacos y los vendía. Ahí me ayudé para mis hijos.
Todos me conocen como doña Panchita. Estudiosno tuve, todo lo que he luchado y lo que he ganado se lo debo a Dios y mi partido (PRI).
Cuando mi esposo me abandonó con mis hijos, seguí la vida y poco a poco fui juntando con mucho esfuerzo para la compra de un terreno; criaba pollos y guajolotes, marranos, para mantener a los hijos que iban al colegio.
Para lograr los cambios que se necesitan en el pueblo, llevaba la lista de mis pensamientos. El secretario del municipio de Nativitas me ayudaba. Usted no se aflija doña Panchita, me decía, yo la apoyo para hacer un oficio. Empecé a conocer a la gente del municipio.
Mi esposo era ejidatario, y cuando él se fue me dijeron los de aquí que me iban a recoger el título de ejidatario para que pasara a otra persona. Entonces las mujeres, las señoras, empezaron a decir, si él se fue, pues que se quede ella. Me eligieron secretaria del agente de la comunidad.
Había muchos problemas por el riego, nos quitaban toda el agua del río Atoyac y nadie lo había podido vencer.
Hicimos un escrito y una cita para Recursos Hidráulicos y que me cuenten ahí el asunto del agua. Primero llevé el escrito para que le llamaran la atención al señor que se quedaba con el agua; era un rico de las haciendas de aquí.
Como yo vendía en los trenes, conocía a mucha gente de las rancherías, porque subía y bajaba en distintos lugares. Me preguntó el señor de esa oficina, Panchita, ¿qué hace usted aquí? Ya le comente, y me dijo: no te apures, vamos a dejar medio río para él. Y nos llegó un oficio que decía que podíamos tomar la mitad del agua, porque ya se habían hecho las gestiones. Y así nomás venían las ideas y las cosas salían bien.
Mi primera vergüenza fue porque yo de política no sabía nada. Vino a verme un candidato y me llevan a Santa Isabel. Fue el primer lugar donde tuve que pasar a dar una opinión. Me dirigí a las mujeres y se llenó el salón de aplausos. Empecé a jalar a las mujeres y el candidato llegó al puesto.

HICE LO QUE PUDE

Cuando fui regidora de Acción Femenil, de la Liga de Comunidades Agrarias de la CNC, aquí en el municipio, hice lo que pude. Ayudé en muchas cosas. Protegimos a las personas que carecían de alimentos, se repartían 80 despensas. Fui la primera en ir a la Conasupo a pedir desayunos para los niños.
Yo no sé por qué he tenido tantos cargos, no fui una persona estudiada y nunca me he sentido orgullosa, aunque digan que todos me conocen. El 2008 fui nombrada la Mujer del Año. ¿No habrá otras mujeres?, me pregunté. Me entregaron un trofeo, un premio del señor gobernador. Creo no merecerlo tanto.

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