Mujeres Que Saben Latín: El “premio”
Por Estela
Casados González
A Yadira Hidalgo y Alejandro
Vázquez
¿Qué es el feminismo? Desde hace algunas décadas
hemos escuchado hablar de sus virtudes y pecados, de sus clichés y sus imágenes
donde se exalta a las mujeres y se denosta
a los varones. Se dice que es el antónimo del machismo, una postura hembrista
radical. Se dicen muchas cosas más, políticamente incorrectas e insufribles que
está demás escribir aquí.
¿Qué es el feminismo? Y queda la pregunta en el aire.
En el umbral del siglo XXI, en el 2000 para ser
exacta, me recuerdo en una reunión con campesinas de la sierra de Coscomatepec.
Éramos como veinte mujeres y un hombre que era el director de la asociación
civil donde yo trabajaba en aquel año. Él coordinaba la reunión y, de repente,
decía algo así como “nosotras debemos seguir trabajando en este proyecto”.
¡Pero cómo! Se nombraba a sí mismo en femenino. Las que estábamos ahí no lo
podíamos creer y eso le daba a él legitimidad ante nuestros ojos, aunque tiempo
después la perdió, al hacer uso fraudulento de los recursos que una fundación
alemana le había dado a esas mujeres. Ese fue el primer contacto que tuve con
una manera de nombrarse diferente y de reivindicar la figura femenina.
Posteriormente, en 2005, en la UAM-Xochimilco, fui
alumna de Eli Bartra, figura emblemática del feminismo mexicano, activista
incansable por los derechos de las mujeres y académica destacada. Era (es) un
honor tomar clases con ella, pero en aquel año me hacía sentir incómoda. Hablaba
de feminismo todo el tiempo y hacía observaciones sesudas a nuestra forma de hablar, de escribir y hasta de pensar.
La razón: nos nombrábamos en masculino. Desaparecíamos como mujeres cuando
hablábamos de nosotras mismas. “Uno piensa”. “Uno como ser humano”.
En 2007, en Xalapa, me encontré con varias
feministas en cuyas reuniones también me sentía incómoda y hasta regañada. La
frase con la que me invitaban al
intercambio de ideas era “discúlpame, compañera, pero estás equivocada”. Y mi
hígado antifeminista se me hacía más grande cuando me descalificaban por ser joven e ignorante.
Más por curiosidad que por masoquismo, busqué estar
rodeada de feministas. No faltó quien me preguntara si yo también lo era.
Inmediatamente respondía que no. ¿Cómo podía ser igual que aquellas que me
regañaban y descalificaban a la menor provocación? No.
¿Qué es el feminismo? ¿Y qué es ser feminista? Lo
comprendí de la mano de mis alumnas y alumnos universitarios: El feminismo es
una filosofía que postula que la diferencia sexual no debe transformarse es
desigualdad social, política, ciudadana, afectiva y amorosa entre seres
humanos. Postula que las mujeres debemos tener los mismos derechos legales y
políticos que los varones; que la sociedad debe transformase para que desaparezca
la pederastia, la trata de mujeres, la misoginia y todos los tipos de
violencia.
Exige observar al mundo desde un punto de vista
distinto, que se haga ciencia desde un punto de partida diferente, que en nuestro
quehacer cotidiano vigilemos los actos propios que nos llevan cómodamente hacia
la misoginia, la discriminación y el sexismo.
En 2009, a partir de la defensa que se dio a los
derechos de las mujeres –y en concreto, al derecho
a decidir- me percaté que me gustaba el feminismo y sus principios. Comprendí
que llenaba mis aspiraciones como persona y me brindaba una visión distinta
como Antropóloga para observar la realidad social. Todo es cuestión de animarse
a abrir esa ventana.
Desde siempre, pero sobre todo en las últimas
semanas, me he percatado que a las feministas nos cuesta trabajo aceptar que
podemos invisibilizar a otras mujeres, que podemos plagiar sus logros y
descalificar sus aportaciones: que formamos parte de un mundo patriarcal que
normaliza prácticas misóginas y sexistas. Esa normalización corre por nuestras
venas e incurrimos en prácticas patriarcales pero con sororidad. A algunas la autocrítica no nos va y la crítica
ajena mucho menos.
Al iniciar esta semana, observo la autocrítica como
un reto cotidiano, como una manera de aprovechar la vista de esa ventana que se
ha abierto. Me gusta saber que hay mujeres y hombres que han abierto esa misma
ventana, que permanecen junto a mi pensando qué podemos hacer en conjunto, como
iguales.
Somos mujeres y hombres que saben latín…
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