Hablemos del amor: Guillermo Manzano
Hay de amores a amores. Empecemos por el platónico, pero no ese que en forma chabacana dicen que es el sueño imposible. Sino del que se plantea en el dialogo de Fedro. Donde se refiere al amor como movimiento, una espiral dialéctica que sintetiza el conocimiento. Sólo se ama a lo que se conoce y sólo el conocimiento genera amor.
Hablemos del amor que se profesaron Abelardo y Eloísa. Un amor epistolar tras la castración del joven filósofo del alto Medioevo. Un amor provocado por el conocimiento del maestro y el hambre de conocer de la joven discípula. Un amor que rompió las más elementales reglas de urbanidad y lealtad, hacía un tutor celoso y vengativo.
Hablemos del amor de Romeo y Julieta. Trágico pero provocador. Amar a alguien con sólo ver sus ojos. Amar hasta la muerte sólo porque se ama. Shakespeare es el más humano de los ingleses del Siglo XVI. Por eso sabe y conoce el amor, porque nada que fuera humano le era ajeno.
Hablemos del amor de Don Quijote por Dulcinea. Mujer que sintetiza todo lo que cualquier hombre aspira. Del que le profesó Doña Inés a Don Juan, tan grande era que se olvidó de su compromiso divino, sólo por conocer el amor terrenal.
Hablemos del amor entre Josefa Ortiz de Domínguez y Miguel Hidalgo. Amor de consecuencias funestas, sólo porque no querían seguir bajo el yugo de la Corona Española.
Hablemos del amor de Jesús por María Magdalena. Mujer condenada al anonimato por los falsos pudores de una iglesia caduca y anacrónica. Hablemos del amor de Tomás y Teresa, quienes no soportaron la levedad del ser, pero sí la presencia de Sabina.
Hablemos del amor filial, de ese que se construye cotidianamente, en la intimidad de un hogar, en la infinita oscuridad del anonimato. Hablemos del amor de Los amorosos, de Jaime Sabines, quién reconstruye cada momento de silencio y caricia cómplice. El de Florentino y Fermina y esa paciencia para cumplir un destino y, paradójicamente, ejercer su libre albedrío. No importa el cólera, porque ellos ya no importan en lo individual.
Hablemos del amor de Otto René Castillo, cuando se reconoce en la amada y sabe que uno es así cuando se tiene cierta edad. Hablemos del amor que siente el perro por la luna, pero también el gato y el melancólico quinceañero enamorado al no ser correspondido.
Hablemos de las putas, a las que con tanto fervor les cantó Lara y Álvaro Carrillo. También de las putas tristes, que aunque se oiga mal, también existen. Hablemos de ese amor de cabaret, al que se refiere la Sonora Santanera, cuando bailar era un arte entre dos y no había tubo de por medio. Hablemos de La Bandida, allá en la Ciudad de México; pero acá, en esta Xalapa lluviosa y moralina, estaban la Clemen, la Charra, la Negra y El Polo, regenteadores de centros de iniciación juvenil y amores comprados para el senecto que se niega a vivir su realidad.
Pero también hablemos del amor cotidiano, el de pies fríos, con olores bajo las sábanas. El de ruidos guturales en la cama, el de sudores, éxitos, frustraciones. El que se construye a cada segundo con una mirada, un apretón de manos conspirativo, una sonrisa, un gesto, un beso. El que comparte el pan y la sal, con el que se duerme y se amanece, con el que pelea uno por la cobija, en una lucha sorda, silenciosa y en la que por lo general, uno pierde.
Hablemos de esos amores y dejemos que los mercaderes ofrezcan su bisutería para que las compren aquellos que no han amado.

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